Cuando me dan más ganas de escribir, es en el límite antes de quedarme dormida, esos momentos medio vigilia medio sueño, medio alondra medio búho. Y también apenas despierto. Sin querer salir de la cama, pensando en miles de cosas mirando el techo. Constelaciones en la madera. Verrugas de árbol. Nudos. Ojos.
No estoy segura de si me encuentro a mi misma del todo. Sé que pequeños pedacitos de mi están esparcidos en ciertos hobbies, pero no puedo terminar de recolectarlos, de agarrarlos y guardarlos en su cajita. Algunos se me escaparon en el camino, otros los enterré en momentos donde no quise lidiar con ellos, y (deliberadamente) olvidé en qué parte de este enorme jardín fue eso. Un jardín que quizás no quiera explorar. Quizás estoy bien en mi hamaca rechinchosa y oxidada, con toda la naturaleza muerta alrededor, el viento en la cara me basta. Pero todo este movimiento, la velocidad y el viento en los ojos no me dejan ver con claridad el resto. Mi hamaca me hace feliz, y por cobarde y miedo a lo desconocido es que no la dejo. Puede que nunca lo haga.
Un jardín tan screwed up. Como todos. Todos tenemos nuestros rincones con raíces y piedritas sucias. Nos es prácticamente imposible ponerse en el lugar del otro, nunca vamos a conocer todas sus partes, nunca vamos a estar enteramente en su jardín.
Es un pensamiento idiota. Disculpen.
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